Para nuestra comunidad, previo a la celebración de la Pascua Judía (Pésaj), el sábado que antecede a ésta fiesta es llamado Shabat Hagadol, el Gran Shabat, durante el cual leemos al profeta Malají (el último de los profetas) (3:4-24), que anuncia la llegada del gran día de la Redención.
La historia, a través de nuestros sabios, explica que durante el Shabat que precedió a la salida de Egipto sucedieron grandes milagros. Tal vez el mayor de todos fue que por primera vez desde que se había iniciado el amargo y prolongado período de esclavitud, los hijos de Israel volvieron a comportarse como hombres libres.
Ante la mirada sorprendida de quienes hasta entonces habían sido sus amos, iniciaron los preparativos para el sacrificio del cordero pascual, lo cual para los egipcios constituía un terrible hecho. Sin embargo, por intervención del Todopoderoso, los egipcios no hicieron nada por evitarlo. Aquel Shabat significó para nuestro pueblo el haber sido redimido de la esclavitud. Por eso año tras año cada Shabat Hagadol leemos a Malají, quien nos anuncia la Gueulá (Redención).
La concepción del Shabat posee un paralelismo indudable con la idea de la Redención. La salida de Egipto, más allá de una liberación física, es el punto de inicio del desarrollo espiritual del pueblo judío.
El Shabat, la institución más sagrada del judaísmo, constituye una redención cíclica y periódica que brinda al ser humano la oportunidad de liberarse, por un día a la semana, de las trabas materiales que limitan su florecimiento espiritual. En ese sentido cada séptimo día, una y otra vez, volvemos a salir de Egipto, pues este es un día milagroso, un auténtico regalo de Dios, en el que es posible que el alma humana trascienda los límites materiales y se eleve hasta el Creador del Universo.
Pero eso, depende de nosotros mismos, y de hasta qué punto sepamos asumir y aceptar el maravilloso compromiso del Shabat. Para conseguir adentrarnos en lo que realmente significa ese día, es necesario antes que nada someter nuestros afanes y deseos a la suprema Voluntad Divina. Es decir, el eclipse del ser humano ante su Creador. Sólo entonces conseguiremos avanzar, cada vez un poco más, en el camino de la perfección espiritual, pues como está escrito: “Seis días trabajarás y harás de ellos toda tu labor” (Éxodo, 20:9).
Y es que el séptimo día llega y nada nos hace falta porque hemos cumplido con nuestro deber, y toda nuestra tarea ya fue realizada. Renovaremos entonces nuestras fuerzas y trataremos de hacerlo todavía mejor la semana siguiente, y la bendición del Shabat nos acompañará. ¿Cuál es esta bendición? La sensación absoluta de armonía interior y el revitalizado deseo de consagrarnos al servicio del Todopoderoso.
Leemos en Éxodo (20:8): “Te acordarás del día de Shabat para santificarlo”. Representa el reposo, la paz espiritual, la satisfacción de alcanzar la verdad, y sobre todo la desaparición de las contradicciones entre el espíritu y la materia.
El reinado del Shabat en nuestra vida constituye el preludio del mundo venidero (Olam Habá). El Oneg Shabat, al cual se refieren nuestros sabios, es el gozo de la luz celestial y el anticipo de la Redención Final.
Para nuestra comunidad, la familia equivale a enseñanza y continuidad, claves de nuestra permanencia a través de los siglos. La feliz conjunción en un mismo tiempo y lugar de abuelos, hijos y nietos constituye en sí misma una poderosa e importante bendición.
Isaac Cohen Anidjar
Rabino Principal de la AIV
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